martes, 24 de junio de 2014

Vetusta Morla: "Nos quedan muchos más regalos por abrir"

Hace tiempo que ese verso de Los días raros me acompaña de forma insistente. Así que, después del gran concierto del 10 de mayo en Razzmatazz, fue inevitable que permaneciera en mi cabeza como un eco, dilatando esa sensación de felicidad absoluta que a menudo me regala la música en vivo.

Con tres discos publicados (sin contar la BSO del vídeo-juego Los ríos de Alice), Vetusta Morla son una de las propuestas más sólidas y personales del rock español. Creo que buena culpa de ello la tiene toda la experiencia acumulada en los diez años que transcurrieron hasta la edición de su primer CD, Un día en el mundo (2008), pero también la propia ambición de un grupo que parece buscar constantemente la calidad, mimando sus composiciones tanto en el estudio como en el directo.

Había muchas ganas de ver en concierto a los madrileños después de la única experiencia previa del BAM 2012, donde tocó disfrutar de ellos rodeada de unos cuantos miles de personas y en el contexto de una Fiesta Mayor. Llegaban a Razzmatazz con su tercer disco, La deriva, recién estrenado, y con el favor incondicional de un público que había agotado las entradas antes incluso de escuchar el nuevo trabajo, obligando a la banda a programar dos noches en Barcelona y hasta cinco en Madrid.

Sobre los teloneros, los mexicanos Zoé, poco o nada que decir. El sonido era tan malo que hizo imposible valorar su música, hasta el punto de que era difícil distinguir en qué idioma cantaban. Afortunadamente, los inconvenientes técnicos desaparecieron cuando Pucho y los suyos hicieron entrada en el escenario dispuestos a abordar un repertorio nada desdeñable de 22 canciones.

Si hubiera que destacar algo del setlist, sería la falta de complejos a la hora de presentar el nuevo disco, que interpretaron íntegramente. Ya de entrada cayeron seguidos cinco temas de La deriva, empezando por la homónima y siguiendo por Fuego, Golpe maestro, La mosca en tu pared y Pirómanos. Cuando otros grupos se atreven con algo así, suelen encontrarse con la frialdad de un público que aún no ha tenido tiempo de hacerse suyos los temas y que apenas puede corear los singles. Pero éste no fue el caso; las canciones nuevas habían calado en pocos días y no desentonaban para nada en un repertorio que rehuía así el recurso fácil de los "grandes éxitos".

Entre los temas de La deriva, no puedo dejar de destacar el kafkiano La mosca en tu pared, un corte pasional y lleno de matices que tuvo una versión en directo más que satisfactoria, con Pucho interpretando la letra de manera visceral, retorciendo su cuerpo detrás del micrófono como si se tratara del mismo insecto al que alude la canción.



Después de la primera ración de temas nuevos, el grupo dio un pequeño paso atrás para tocar uno de los clásicos de Mapas (2011), Lo que te hace grande, al que seguiría una versión revisada de Un día en el mundo que, como no podía ser de otra manera, fue ampliamente secundada por el público. Tras la subida de intensidad, se coló otro de mis temas favoritos de La deriva, el precioso Cuarteles de invierno, donde Pucho vuelve a conmover con su intensidad interpretativa: "Y ahora sólo intento vaciar. Sólo necesito despegar. Fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar".

Y si se trata de emocionar, pocas canciones son tan efectivas como Maldita dulzura (Mapas, 2011), que fue coreada de principio a fin. La fuerza controlada de La grieta y Mapas dio paso a la parte más intimista del concierto, que arrancó con un tema del último disco, ¡Alto!, siguió con una versión renovada del clásico Copenhague, menos preciosista que el tema original, y se cerró con Las salas de espera.

Como mandan los cánones de la música en directo, este pasaje tranquilo no tendría otra respuesta que una auténtica explosión de energía. Valiente, el gran éxito de Un día en el mundo, irrumpió tímidamente, como ya viene siendo habitual, con una introducción prácticamente a capela que se transformaría en cuestión de segundos en una absoluta descarga de adrenalina colectiva. La siguieron la alegre Tour de Francia; La cuadratura del círculo, con su apoteósico final que crece hasta agotar el oxígeno de la sala; y una Fiesta Mayor que cerró el set principal por todo lo alto.

Para el primer bis, la banda se reservó una tríada de lo más heterogénea. Los de Tres Cantos volvieron a escena con el tema más lírico de su último disco, Una sonata fantasma, una suerte de cuento agridulce que nunca imaginé que llevarían al directo. Subieron la intensidad con Sálvese quien pueda, de su primer álbum, y alcanzaron el cénit con la reivindicativa El hombre del saco, cuyo final extendido sirvió de acompañamiento a un discurso movilizador de Pucho.

Cerrado el primer bis y tras unos instantes de ansiedad, llegó el momento más mágico del concierto, esos minutos de felicidad absoluta que mencionaba al principio a cuenta de Los días raros. Un piano, "Ábrelo, ábrelo despacio...", un juego de sutilezas y silencios, la sensación de que falta aire para pronunciar esos versos con la toda la emoción que te producen, la alegría de compartir esa experiencia con personas a las que quieres, "nos quedan muchos más regalos por abrir", los ojos vidriosos, la gratitud por ese aquí y ese ahora, el eco que permanece y una sonrisa de oreja a oreja.

No está nada mal para acabar un concierto.