domingo, 29 de noviembre de 2009

No volveré a dudar de Muse... No volveré a dudar de Muse... No volveré...

Seguramente, el concierto de Muse del pasado 24 de noviembre ha sido uno de los que he afrontado com más escepticismo. Por un lado, su último disco, The Resistance, me había parecido demasiado irregular, con grandísimos temas y otros tantos demasiado mediocres para un grupo como éste. Por otro lado, estaba temerosa del efecto que podía haber tenido para la banda ejercer de teloneros de U2, sabiendo de antemano que Muse siempre han soñado con tocar en recintos grandes y desplegar un gran espectáculo. Tenía referencias no demasiado positivas de los setlists que estaban tocando en esta gira (cortos y sin canciones del primer disco) y del montaje que llevaban (con luces láser y otras demostraciones de poder). Unido esto a la extraña adhesión de nuevos fans bajo el efecto Crepúsculo y al cúmulo de despropósitos que supuso el cambio de recinto y de fecha, me hacía temer una decepción de las grandes.

Afortunadamente, los tres de Devon se cargaron de un plumazo (más bien de un guitarrazo) todos los prejuicios con los que yo cargaba.Y ahora me he prometido no volver a dudar de ellos. Lo del pasado martes fue muy grande, en muchos sentidos. Tal vez Matt Bellamy ya no esté tan cerca del público, como lo pudiera estar en sus primeras actuaciones ante poco más de 1.000 personas, pero sigue siendo uno de los músicos más completos, virtuosos y conmovedores que he conocido nunca. Me da igual que se calce unas gafas con lucecitas para aparecer en escena, que comience el recital con un rasgado de guitarra que sin duda ha ensayado frente al espejo, o que alce su brazo con energía para dirigir los gritos del público... porque este ejercicio de imagen también es una muestra de gran profesionalidad, de un control completo sobre todo lo que pasa sobre el escenario. Además, mientras siga dando muestras de excelencia con la voz, la guitarra y el piano, bien se merecerá todas las luces con las quiera adornar su espectáculo.

La primera sorpresa del concierto de Muse fue la inquietante escenografía, compuesta por tres grandes torres (tres rascacielos cubiertos por lonas). Al apagarse las luces, estos edificios empezaron a cobrar vida, con unas proyecciones que simulaban las siluetas de hombres que subían y bajaban por sus escaleras. La escena estaba magistralmente ambientada con un tema titulado We are the universe. La introducción, larga y tensa, hipnotizó al público hasta que las torres se apagaron completamente, se oyó cómo Dom entrechocaba sus baquetas, cayeron las lonas y empezó a sonar Uprising, el primer single de The Resistance. El Sant Jordi estalló de emoción en ese momento. Las torres habían quedado divididas en dos partes, una de las cuales ejercía de pedestal para cada uno de los componentes de Muse. Lo que antes eran bloques en los que se proyectaban siluetas se habían convertido ahora en unas magníficas pantallas que permitían ver de cerca las expresiones de Matt, Dom i Chris. Así pudimos ver que el cantante saltaba a escena con unas gafas de sol efectistas y que manipulaba en su mano una luz láser. Lo importante, no obstante, es que Uprising sonó imponente y que consiguió ganarse al público desde el primer segundo. La gente coreó con energía este primer tema, como si se tratara de un clásico. Eso generó el ambiente perfecto para atraverse con otra canción nueva, Resistance, que también sonó épica a pesar de no destacar especialmente en el contexto del disco.



Y hasta aquí los trámites desde las alturas. Las torres-pedestales bajaron hasta el suelo del escenario y Matt Bellamy emprendió las notas archiconocidas de New Born. En este punto, el público no contuvo para nada su energía y empezó a botar al tiempo que tarareaba el clásico riff. Yo me alegré de reencontrarme con el Origin of symmetry, el disco de Muse más reconocido y plagado de hits. Con este tema, no hicieron falta luces ni efectos para revolucionar el Sant Jordi.

A continuación llegó la locura de Map of the problematique, un tema del anterior álbum que, aún no siendo single, parece haber llegado para quedarse. Después de su outro, Bellamy se subió a una plataforma lateral para empezar una de las canciones de Muse más singulares y que más ganan en directo, Supermassive Black Hole. El público la cantó como pudo (es tarea difícil imitar esa voz a lo Prince) y guardó energías para lo que estaba por llegar. MK Ultra fue la siguiente en hundir el Sant Jordi. El tema, incluído en el último disco, ganó muchos enteros en directo, sobre todo por el buen hacer de los tres ingleses, que demostraron por qué se bastan y se sobran para generar auténticas tormentas sonoras.

Muse abrió de nuevo el baúl de los clásicos para tocar una de les imprescindibles, Hysteria. Nunca falla. Su "I want it now!" siempre consigue desgañitar al público. La canción sería una concesión a la locura para afrontar a continuación momentos de mayor recogimiento. El grupo volvió a alzarse en las tres torres para acometer uno de los temazos de The Resistance, United States of Eurasia. En canciones como ésta te das cuenta de que las luces, las pantallas... nada de eso puede eclipsar la solvencia musical del grupo. Matt canta como los ángeles esté o no envuelto de lásers. Y si se sienta al piano, lo único que una puedo hacer es callarse y alucinar. United...  sonó increíble, igual que en el disco, con el plus de que su grandilocuencia a lo Queen es sobrecogedora en directo. Cuando Matt entonó ese "Eura-sia!" la admiración de los que escuchábamos fue máxima. En este caso no hubo lugar a la outro de Chopin. Eso sí, el cantante permaneció en el piano para regalarnos el tema que no pudimos oír en la anterior gira, la increíble versión de Feeling good que todos nos sabemos de principio a fin.  Así se cerró el corto set de piano.

Guiding light, que tanto me recuerda a U2, fue una nueva aportación del último disco. Aunque sonó perfecta (no hay reto difícil para Muse en directo) sería de lo más discreto del concierto. Mayor atención me produjo la jam titulada Helsinki, que protagonizaron Dom y Chris sobre la plataforma central. Siempre me sorprende lo gran batería que es Dominic Howard a pesar de que su imagen (con esa cara de niño permanente) no se corresponde para nada con ese rol.

Después de este interludio, llegó la oveja negra de The resistance, Undisclosed desires. No creo que nunca me acostumbre a oír este tema. Como ya dije con anterioridad, es lo más  mediocre que ha hecho Muse en toda su carrera y, por mucha luz de láser que le pongan, está claro que es un tema llamado al olvido.

Menos mal que a continuación venía la demostración de que Muse saben hacer canciones de amor con bastante más gracia. Starlight, del Black Holes and Revelations, es otro tema que se ha posicionado con fuerza en los setlists del grupo a pesar de ser bastante reciente. El público lo acoge con entusiasmo, tal vez por las posibilidades de participación que ofrece (sus rítmicas palmas se han convertido en todo un ritual). Por si fuera poco, su letra es preciosa y Matt lo borda.


Tras este momento de belleza sostenida, Muse se encargaron de perpetrar todo un atentado físico contra su público. Enlazar dos clásicos como Plug in baby y Time is running out debería estar penado. Tanto una como otra "obligan" al público a botar y botar, y doy fe que así fue en la pista, donde no quedó ni un alma que no elevara sus pies para provocar un auténtico terremoto en el Sant Jordi. El desgaste físico fue tremendo pero de qué otra manera se puede responder a estos temazos.

Así, con los pies doloridos, llegamos al descanso, unos minutos que se me hicieron eternos pero que me permitieron recomponer la situación y concluir que nada de lo que temía había podido estropear el concierto. Cuando el grupo volvió a salir a escena y se encaramó nuevamente en las torres, dio inicio a otro momento mágico. Matt dominó su guitarra para sacar de ella las sobrecogedoras notas de la primera parte de Exogenesis, la composición sinfónica que cierra The Resistance. El público enmudeció para vivir una de las experiencias musicales más elevadas que se pueden experimentar en un concierto de rock.

Con el corazón impactado aún por la valentía del grupo, Stokholm syndrome irrumpió en el Sant Jordi. Su guitarra hiper acelarada, el desafío auditivo que supone... volvió a tener efectos sobre la pista, que la bailó sin parar, acentuando una sensación de caos que hacía presagiar el final del concierto.

Efectivamente, lo siguiente en venir ya fue el tema de harmónica intepretado por Chris que hace de intro de la espectacular Knights of Cydonia. Me alegra mucho que hayan mantenido esta canción para cerrar sus conciertos porque es sencillamente perfecta. Es épica, invita al público a cantar y, nuevamente, es obligado botarla hasta la extenuación. Qué mejor manera de concluir un espectáculo así que haciendo saltar a la pista entera.

Lo dicho. A día de hoy, poco me importa que lleven lásers, que Matt toque algunas canciones desde un pedestal inalcanzable o que haya niñas que sólo les conozcan porque incluyeron una canción suya en la BSO de Crepúsculo... Mientras Muse sigan demostrando que son músicos excepcionales, mientras la voz de Matt Bellamy siga emocionándome y mientras pueda botar sus canciones aunque ya no me queden fuerzas... seguiré escuchándoles con atención.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Depeche Mode emocionan a Barcelona


El del viernes era mi tercer concierto de Depeche Mode en el Palau Sant Jordi. Sin ninguna información previa, acudí a él pensando en presenciar unos cuantos clásicos de la banda que se completarían con cinco o seis canciones del nuevo disco, Sounds of the universe. Mi mayor ilusión era verlos desde otra perspectiva (esta vez desde pista) y revivir esos rituales que todo fan conoce: el mar de brazos de Never let me down again, la potencia de miles de voces gritando "reach out and touch faith" durante Personal Jesus, el susurro final de Enjoy the silence... Poco pensaba que este concierto de Depeche Mode me iba a sorprender realmente. Poco podía imaginar que ese entrañable bicho raro que es Martin L. Gore iba a regalarnos algunos de los mejores momentos de la noche y que iba a elevar este concierto a la categoría de inolvidable.

El espectáculo arrancó sobre el guión esperado. La pantalla que servía de fondo al escenario (más minimalista que en otras giras) empezó a llenarse de las imágenes diseñadas por Anton Corbjin y la banda apareció tranquilamente. El inicio de In chains, la primera canción de Sounds of the universe, se alargó mientras Dave Gahan hacía su entrada triunfal y se contoneaba de espaldas al público. Cuando se hizo finalmente con el micrófono y cantó los primeros versos del tema, pudimos comprobar que el técnico de sonido tenía trabajo urgente, ya que la voz de Dave estaba mal ecualizada. Afortunadamente, no tardaríamos en recuperar la gravedad nítida de su garganta, auténtico emblema del sonido oscuro de Depeche Mode.

In chains fue un buen inicio pero Wrong, el primer single de Sound of the universe, despertaría mayor entusiasmo. La versión, no obstante, no me convenció en exceso, ya que la encontré demasiado ralentizada respecto al disco, lo que hizo que perdiera cierta contundencia. El grupo despachó el primer tramo del concierto acometiendo un tercer tema del último álbum, un gesto valiente pero que también hacía presagiar que el recital se iba a convertir, en cuestión de minutos, en una sucesión de clásicos, como así fue. Hole to feed sonó bastante bien en directo, gracias en parte al trabajo incansable de Christian Eigner, el batería que acompaña al grupo desde 1997.

El primer hit de la noche fue uno de mis temas favoritos, la oscura Walking in my shoes, del Songs of faith and devotion. El público empezó a desgañitarse con esta canción, como es habitual en cada gira, y apenas paró hasta la finalización del concierto. A continuación cayó Question of time, un auténtico clásico del Black Celebration que no consiguió, no obstante, la reacción que yo esperaba. Sí que hubo una primera explosión de entusiasmo al inicio del tema, cuando la gente empezó a botar al tiempo que cantaba los primeros versos. Pero más rápido de lo esperado, el público volvió a una posición más cómoda y dejó que la canción se fuera extinguiendo.

El grupo interpretó entonces Precious, que sería la única muestra del disco anterior, Playing the angel. Y volvió a continuación a los hits con World in my eyes, del Violator. Así llegamos a una de las sorpresas de la noche, Fly on the windscreen, un tema muy querido del Black celebration que hizo las delicias de los más nostálgicos.

Una parte del pescado ya estaba vendido cuando Dave Gahan dejó el escenario para cederle el protagonismo a Martin L. Gore. Para entonces, el rubio ya se había desprovisto de su americana deslumbrante y había adoptado una imagen bastante rejuvenecida respecto a otras giras. Con la guitarra eléctrica entre sus manos, Martin se dirigió al micrófono y bordó uno de los temas más discretos del nuevo disco, Jezebel. La parte final de la canción fue especialmente lucida, con Martin deslizándose por la pasarela como un guitarrista cualquiera de un grupo de rock duro.

A pesar de que Jezebel estuvo muy bien, lo que todos esperábamos con especiales ganas era el segundo tema en solitario de Martin. Y aunque éste no fue sorprendente, sí que lo fue la versión magnífica que hizo el guitarrista. Home sonó una vez más en el Sant Jordi pero, a diferencia de 2006, lo hizo enteramente en acústico. Así nos dimos cuenta de que Martin había venido a Barcelona en plena forma, con la voz más impresionante que jamás le he oído. Tanto fue así, que no pude evitar que me cayeran dos lagrimones al tiempo que él alargaba hasta el infinito el verso "from my first breath". Fue sencillamente espectacular. Y eso que el público no estuvo a la altura y no atinó con los coros finales...



Cerrado el set de Martin, la pantalla esférica se transformó en una bola del mundo para ambientar uno de los temas del nuevo disco, Miles away / The truth is, que sonó bastante bien en directo. Luego el grupo volvió a los clásicos con Policy of truth, del Violator. La canción volvió a agitar al público, que no paró de gritar. Después cayó uno de los hits "recientes" de la banda, It's no good. Este tema, siempre coreado, pondría el punto y a parte al concierto ya que, a partir de entonces, el espectáculo entró en otra dimensión.

Vi uno de mis deseos cumplidos al volver a oír en directo In your room, uno de mis temas favoritos de Depeche Mode. La versión volvió a ser diferente esta vez, ya que presentaron una mezcla entre la versión más rockera de la gira Devotional y la versión single. Cuando aún no habíamos digerido este temazo, la guitarra y la sensualidad de I feel you revolucionaron el Sant Jordi. ¡Qué gran disco, el Songs of faith and devotion! Y entonces los clásicos fueron cayendo como fichas de dominó. Con Enjoy the silence, Depeche Mode volvieron a demostrar que no hay hit que canse a sus fans, que vibraron cantando todos los versos de la canción y bailando con el siempre celebrado interludio.

El main set se cerró con otra indispensable, Never let me down again. El ritual al que me refería al principio, las manos balanceándose de un lado a otro, se repetió con la complicidad de todos. Y cuando digo todos es todos. Aún en la última fila de lo más alto del Sant Jordi, todos y cada uno de los presentes movieron sus brazos al ritmo de los últimos compases de la canción. Dave aprovechó para darse un baño de masas, paseándose por la pasarela mientras los focos iluminaban al público y el nos dirigía los movimientos. Volvió a ser mágico. Además, y como un nuevo regalo, esta vez respetaron la versión original del tema y Martin tuvo el honor de cerrar la canción con mi parte favorita: "see the stars, they´re shining bright, everything´s alright tonight".

Cuando creía que sólo me quedaba por disfrutar un bis de éxitos ya oídos en otras giras, unas pocas notas me hiceron gritar como la fan más histérica. No podía ser que, tras 16 años sin tocarla en directo, Martin L. Gore estuviera a punto de interpretar mi canción favorita, One caress. Con la complicidad a los teclados de Peter Gordeno, Martin me regaló uno de los momentos más increíbles que recuerdo en un concierto. Volví a llorar mientras coreaba cada uno de los versos del tema más oscuro de Depeche Mode. Después me enteraría de que el grupo había recuperado One caress en el recital de Lisboa, así que ésta era la tercera vez que se tocaba después de tantos años en el cajón de las olvidadas. Me sentí muy afortunada. Y más teniendo en cuenta que en el segundo concierto de Barcelona no caería seguro.

Con esa sensación de haber cumplido un sueño imposible, poco me importaba ya lo que viniera. Aún así, me alegré de que la siguiente fuera Stripped, otro tema al que le tenía muchas ganas. La magia se mantuvo con un Behind the wheel que ya no esperaba y que sonó fantásticamente. Después, Martin agarró una nueva guitarra, dejándome claro que no se iban a olvidar de otra de las imprescindibles, Personal Jesus. En este caso, el público sí que respondió y botó sin descanso al ritmo del riff.

Gritando "reach out and touch faith" se acabó una nueva noche mágica con Depeche Mode. Una noche que, con suerte, podremos revivir ya que, según dicen, los conciertos de Barcelona quedarán plasmados en el DVD de la gira. Ojalá se confirme después de la decepción que suposo que grabaran el de 2006 y finalmente se editara el recital de Milán. Sería increíble poder conservar ese recuerdo, sobre todo los momentos protagonizados por un Martin en estado de gracia.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La catarsis de Rammstein


Según la Real Academia de la Lengua Española, para los antiguos griegos la catarsis era la "purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza". Tal definición podría aplicarse sin demasiados miramientos a algunos conciertos, y muy especialmente a los de Rammstein, auténticos rituales de desahogo para los miles de seguidores que acuden a ellos. Entre fuego y guitarras, el grupo y su público participan de una gran catarsis colectiva, tal como volvió a ocurrir el pasado jueves 12 de noviembre en el Pavelló Olímpic de Badalona, en mi tercer concierto de la banda alemana.

Siempre que Rammstein están de gira por estas tierras, el frío arrecia. Tal vez sea por la necesidad de compensar todas las calorías que llegan a provocar los seis alemanes, acostumbrados como están al manejo de la pirotecnia y los lanzallamas. Hay que recordar que, para este grupo, el fuego no es una simple demostración de poder económico (a más fama, más efectos especiales) sino que forma parte de su espectáculo desde sus inicios, cuando aún tocaban en salas pequeñas y apenas se les conocía fuera de Alemania. Puede resultar circense, e incluso excesivo, pero al fin y al cabo es un elemento más de la identidad de Rammstein. Y nos gusta.

El pasado jueves, el grupo no decepcionó en absoluto, a pesar del momentáneo y poco oportuno problema de sonido en la espectacular Frühling in Paris. Lástima que, aunque unos y otros le pusieran buen humor al contratiempo, los alemanes no decidieran repetir el tema. Pero bueno, poco se les puede reprochar en una noche que me pareció memorable en cuanto a capacidad de sorpresa y contundencia.

El espectáculo arrancó como estaba escrito, con Rammlied, el primer tema del recién estrenado Liebe ist für alle da. El grupo apareció en el escenario rompiendo un muro, en un oportuno homenaje a los 20 años de la caída del muro de Berlín. Los carismáticos guitarristas, Paul y Richard, hicieron su hueco a base de hachazos mientras que Till, como no podía ser de otra manera, optó por hacer su entrada ayudado por un soplete. Como es habitual, los seis componentes del grupo se distribuyeron en dos niveles, abajo cantante y guitarristas y arriba bajista, teclados y batería. También como en otras ocasiones, cada cual lució un look propio, que iba desde la vestimenta ultra brillante de Flake hasta el minimalismo de los shorts de cuero de Paul.

Como decía, la descarga comenzó con Rammlied, un tema que ilusionó rápidamente al público aunque no sonara de manera óptima (el sonido tardó un par de temas en ajustarse bien). A continuación, Rammstein no se cortaron un pelo y afrontaron dos temas más del nuevo disco, B******** (no me la imaginaba tan pronto en el set) y la espectacular Waidmanns Heil. Fue sorprendente la apuesta por LIFAD pero aún más por empezar con algunos de los temas más duros del disco. Rammstein nunca han sido unos cobardes, está claro.

El primer tema anterior a 2009 fue Keine Lust, de nuevo una canción potente que fue la única que tocarían de Reise, Reise (prescindiendo incluso del single Mein Teil). A continuación llegó una de las sorpresas del concierto, la recuperación de un clásico de Herzeleid, Weisses Fleisch. Schneider y Flake hicieron de las suyas en este tema, como es de rigor, lo que creó un buenísimo ambiente para recibir otra de las canciones que siguen enloqueciendo al personal: Feuer Frei!!. El espectáculo de Till, Paul y Richard con los ya famosos lanzallamas colocados sobre sus caras volvió a caldear el recinto. Nunca falla y que así sea por muchos años.

Tras esto, se produjo uno de los momentos más escenificados y estremecedores de la noche (ver vídeo). Till apareció dándole a la manivela de un gramófono, en medio de una oscuridad que sólo rompía una pequeña lámpara de pie. Tras recitar de rodillas los primeros versos de Wiener Blut, el pabellón se quedó absolutamente a oscuras y en silencio. Cuando se volvieron a encender los focos y unos láser de color verde, al tiempo que estallaban las guitarras y la batería, se pudo ver la imagen terrorífica de unas muñecas medio rotas y desnudas colgadas encima del escenario. Fue sin duda una gran representación para un tema que reza "willkommen in der Dunkelheit" y que está inspirado en la historia del "monstruo de Amstetten". Un 10.



Luego llegaría otro tema muy esperado de LIFAD, la balada Frühling in Paris. Lástima que su belleza quedara truncada por un problema de sonido que enmudeció el micro de Till durante unos segundos. El público y el propio grupo salvaron la papeleta a base de palmas pero eso no evitó que la canción quedara muy deslucida. Afortunadamente, ese momento crítico fue rápidamente compensado con otro de los puntos clave del concierto, la ya clásica tortura a Flake que, en esta ocasión, quedó contextualizada en Ich tu dir weh, uno de los temas más conseguidos del nuevo disco. El grupo volvió a sorprender a los presentes con una vuelta más de tuerca. Till se subió en una pequeña plataforma que se alzó muchos metros por encima del escenario, armado con un recipiente de leche que, lejos de contener este líquido inofensivo, iba cargado de fuego y pirotecnia. Desde las alturas, y aprovechando el interludio del tema, roció sin compasión a Flake, que se había guarecido en una bañera y que aguantó como pudo la lluvia de fuego. Este nuevo bloque de canciones de LIFAD se cerraría con el tema homónimo donde Richard sorprendió con un solo casi inédito en los recitales de Rammstein.

Luego siguió el espectáculo. Till fue a buscar un surtidor de gasolina y acometió una tema obvio, Benzin. El divertimento se saldó con el público vibrando y gritando el estribillo mientras las llamas chamuscaban a un "presunto" espontáneo que, en realidad, era un especialista de lo más cachondo.

Y entonces, cuando ya creíamos que la habían olvidado, empezaron los ritmos marciales de Links, 2,3,4. Tal vez porque no la habían tocado a principio de set, como en giras anteriores, el público se la tomó con más ganas y no paró de botar.  Fue memorable y olió a clásico por todas partes. Con su empuje llegó otro tema obligado, Du hast, que no dio tiempo a recuperar el aliento. A pesar de no faltar nunca en el repertorio de Rammstein, su puesta en escena fue nuevamente revisada. En esta ocasión, las llamas que corren por encima del público acabaron en una gran explosión y un fuego que se prolongó al borde del escenario. El grupo, incluído Schneider, aprovechó este momento extra musical para saludar a su público.

Después llegó el polémico single de LIFAD, Pussy, que funcionó perfectamente en directo, como era fácil presagiar. La escenificación tampoco tuvo desperdicio, con Till montado sobre un gran cañón que simulaba el miembro viril y que roció de espuma a buena parte del público. Tampoco faltó una lluvia de confeti con los colores de la bandera alemana que hizo las delicias de la gente mientras se resolvió el tiempo de espera hasta el primer bis.

El encore tuvo todo lo necesario. Empezó con otro clásico de Mutter, Sonne, y siguió con un tema que ya no esperábamos, Haifisch. La canción del tiburón, perteneciente al último disco, es una de las más redondas del álbum, con sus sonoridades a lo Depeche Mode. El bis se cerró con otra de las impepinables de Mutter, Ich will, que volvió a elevar al público por encima del suelo.

Y para el segundo encore, la segunda gran sorpresa de la noche. Oli apareció iluminado por un foco y punteó en su bajo uno de los grandes clásicos del grupo, la mágica Seemann. El público respondió entusiasmado y más cuando percibió que la ya habitual lancha inflable se deslizaba sobre la audiencia con el liviano Flake sobre ella. Hay que recordar que en las últimas giras había sido Oli quien se había aventurado sobre la barca mientras sonaba la versión de Stripped.

Y, para concluir el espectáculo, otro momento mágico. Richard comienza a silbar y arranca la Engel con la que muchos soñábamos, un gran broche para un concierto que bien valió el frío que sufrimos haciendo cola.

Por cierto, los teloneros en esta ocasión fueron Combichrist, un sorprendente y duro grupo de tecno electro-industrial (¿se permite la extraña etiqueta?) que tuvo muy buena acogida entre el público, al que movió a base de percusión y teclados.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El abuelo sigue en la brecha


Neil Young cumplirá mañana 64 años, ni más ni menos. Nació en Toronto, en Canadá, un 12 de noviembre de 1945 y desde entonces no ha parado de dar guerra. Fundó Buffalo Springfield y formó parte de Crosby, Stills, Nash & Young, pero también ha rodado muchísimos años en solitario.

A punto de alcanzar la edad de jubilación, Young sigue siendo un devoto del rock y el folk, géneros que une y desune a su antojo a lo largo de su amplísima discografía. Su energía sobre el escenario es aún indiscutible, como demostró recientemente en el festival Primavera Sound de Barcelona, con un concierto acortado por ciertos problemas logísticos pero absolutamente apoteósico. Ya me gustaría que muchos grupos actuales mostraran esa entrega en sus directos...

Neil Young es también un músico que ha sabido adaptarse a los tiempos. En los años 90 se le consideró "el padrino del grunge" ya que bandas del movimiento, como Pearl Jam, lo tuvieron como referencia musical (tal vez por sus guitarras distorsionadas) e incluso llegaron a tocar con él. Fruto de esa colaboración nació el fantástico disco Mirrorball (1995).

Si nos fijamos en su repertorio, son muchas las canciones míticas que ha dejado Neil Young. Algunos ejemplos muy conocidos son Heart of gold, Down by the river, Cinnamon girl, Hey, hey, My, my, o su clásico más reciente, Rockin' in the free world, todo un himno del guitarreo.

Per molts anys!

lunes, 9 de noviembre de 2009

El concierto de Muse se adelanta tres días por la Copa Davis

La Copa Davis ha provocado, finalmente, que el concierto de Muse en Barcelona no se pueda celebrar el día 27, como estaba previsto. "Afortunadamente", el grupo y la promotora han podido encontrar una alternativa a esta fecha y la actuación tendrá lugar tres días antes, el martes 24. Así lo anuncia la propia página del grupo:

"Debido a la final de tenis de la Copa Davis de Barcelona y a los entrenamientos del equipo nacional español de tenis, MUSE ha sido informado por el Palau Sant Jordi que lamentablemente su concierto programado para el 27 de Noviembre no se podrá llevar a cabo en dicha fecha.

Por este motivo el grupo ha reorganizado su gira de tal manera que sus fans de Barcelona podrán verlos actuar en la nueva fecha del Martes 24 de Noviembre en el mismo recinto.

Las entradas del concierto del 27 de Noviembre serán válidas para la nueva fecha del 24 de Noviembre. Las devoluciones se llevarán a cabo en el mismo punto de venta hasta el 19 de Noviembre.

Esta situación desafortunadamente esta fuera del control de MUSE y de LiveNation y ambos piden disculpas por las molestias que este cambio de fecha haya podido ocasionar. MUSE asegura que estarán ofreciendo su show completo y que están ansiosos de ver a sus fans en Barcelona".

El problema que se plantea ahora es el poco margen de tiempo que hay para informar debidamente sobre este cambio. No me extrañaría nada que mucha gente no llegara a enterarse del adelanto y se perdiera el concierto. No es una idea tan descabellada. Se da la circunstancia, además, que los primeros en comprar la entrada tendremos dos datos erróneos en ella: el lugar del concierto (que no es el Pavelló Olímpic de Badalona sino el Palau Sant Jordi) y la fecha.

Me parece lamentable esta improvisación. No puedo evitar pensar en toda esa gente que iba a venir de fuera para ver el concierto, que ya debe tener sus billetes de transporte para el día 27 y que habrá tenido que pedir fiesta en el trabajo. ¿Cuántos de ellos se van a quedar sin concierto y sin dinero?


domingo, 8 de noviembre de 2009

Tarantino y su pasión por el cine

Por fin he visto Malditos bastardos (Inglourious basterds). Después de dejar pasar un tiempo en el que he oído críticas de todos los colores, he conseguido abstraerme de cualquiera de esos juicios y me he limitado a disfrutar de la película. Tanto tiempo después de su estreno, es evidente que no voy a descubrir nada nuevo, pero tampoco podía pasar la oportunidad de posicionarme en uno de los dos bandos: el de aquellos que elogian la última de Tarantino o el de aquellos otros que aseguran que el director de Pulp Fiction ha acabado de perder el norte. Yo me ubico decididamente en el primer grupo, resistiéndome a considerarla una obra maestra (como parece que sí la concibe Tarantino) pero convencida de que se trata de una muy buena película.

Para hacer un análisis serio de Malditos bastardos, la verdad es que necesitaría mucho más tiempo y, sobre todo, visionarla alguna vez más, así que voy a evitar hacer una crítica en profundidad y me limitaré a nombrar algunos de los aspectos de la película que más me han gustado o que me han llamado la atención.

La primera cosa que destacaría sería el tempo, dilatado por unos diálogos extremadamente largos que, a diferencia de otras películas de Tarantino, parecen buscar un estado de tensión en lugar de un efecto cómico. Así se percibe en el excelente e incómodo comienzo de la película, así como en la escena que transcurre en la taberna. En esos y otros momentos de la cinta, me ha parecido olvidar que los largometrajes se miden en minutos y me he adentrado completamente en la asfixiante trama.



También llama la atención desde el principio del metraje el uso continuo de diferentes idiomas (inglés, alemán, francés e italiano), lo que hace imprescindible verla en versión original. Precisamente este aspecto, el de los idiomas, es uno de los puntos fuertes del gran descubrimiento de la película, el actor Christoph Waltz. El intérprete austríaco construye con maestría su personaje, Hans Landa, un malévolo y entregado "cazajudíos" que se convierte en el papel más lucido de Malditos bastardos. En un segundo plano quedan las interpretaciones más mediáticas, como Brad Pitt que, sin tener el protagonismo que promete el cartel de la película, se muestra efectivo e hilarante como cabecilla de la banda de "bastardos". También destaca entre los rostros conocidos Daniel Brühl, que encarna una extraña mezcla entre lo conmovedor y lo repulsivo. Y no sería justo olvidar en este apartado a Diane Kruger (esta chica ha crecido desde la sosísima Helena de Troya) y a Mélanie Laurent, desconocida y muy creíble en su papel de judía vengadora.



Más allá de grandes diálogos, personajes políglotas y buenas interpretaciones, Malditos bastardos es una película emborrachada de cine. Digo esto porque, como ya se ha indicado en muchas críticas, Tarantino ha convertido esta cinta en un gran homenaje al séptimo arte. El cine bélico y el western son clara inspiración de la película pero también hay referencias directas a películas de estos y otros géneros, incluídas las propias del director. La banda sonora también se concibe como un homenaje al cine ya que está compuesta por temas pertenecientes a otros metrajes, algunos de los cuales sorprenden bastante, por cierto, como el interpretado por David Bowie. Tarantino completa su culto ubicando una parte importante de la acción en un cine, lo que le permite jugar con el romanticismo que acompaña al proyector y la pantalla.

Respecto al tono general de la película, conserva el humor y las explosiones de violencia que caracterizan la obra de Tarantino pero en dosis algo más comedidas. Al ver Malditos bastardos he tenido la sensación de estar ante una obra más seria, más madura... donde lo más importante no es lo delirante del argumento sino la capacidad que tiene el director de mostrar la parte más humana de la Historia a través de unos hechos históricos falseados. Suena a trabalenguas pero no lo es.

martes, 3 de noviembre de 2009

El regreso de Totoro



Con veinte años de retraso, los cines españoles han estrenado por fin Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro), una de les películas más entrañables y mitificadas del maestro japonés Hayao Miyazaki. Coincidiendo con su próxima edición en DVD (que también llega tarde), la cinta de animación se ha hecho un hueco en la programación de unas pocas salas de versión original. Curiosa estrategia comercial, sin duda, porque esto ha llenado sus pases de un público mayoritariamente adulto, lejos de lo que cabría esperar de uno de los trabajos más infantiles de los Estudios Ghibli.

Sea como sea, el estreno de Mi vecino Totoro ha sido una gran noticia para los que sólo habíamos podido ver la película descargada de internet. Obviamente no se trata de un prodigio de la técnica y de los efectos especiales que sea imprescindible ver en el cine pero disfrutarla en la oscuridad de la sala, dejarse llevar por su música, oír cómo otras personas también reaccionan a algunas escenas con una tímida risa... son razones más que válidas para no esperar al DVD.

Mi vecino Totoro es la historia de dos hermanas, Satsuki y Mei, que se trasladan con su padre a una nueva casa en el campo mientras su madre se recupera de una grave enfermedad en un hospital próximo. La vida de las niñas dará un vuelco al conocer a Totoro, un espíritu del bosque de aspecto adorable a la vez que imponente. Las aventuras de Satsuki y Mei junto a Totoro y otros seres mágicos y el día a día del Japón rural son los ejes vertebradores de una historia sencilla pero encantadora. Es cierto que este cuento de Miyazaki no alcanza ni de lejos la complejidad de obras suyas más recientes, como las espléndidas El viaje de Chihiro o El castillo ambulante, pero no por eso deja de ser una de las joyas más preciadas de Ghibli.


Mi vecino Totoro está cargada de momentos impagables, comenzando por los primeros segundos de metraje, con unos créditos al más puro estilo Heidi. Las escenas donde aparece Totoro son deliciosamente cómicas (a destacar el "momento lluvia" en la parada de autobús) y Mei, la pequeña niña de cuatro años, es un poco chillona pero una auténtica monada. Por otro lado, Miyazaki demuestra, como en otras de sus películas, un gran acierto en la creación de personajes fantásticos, ya sea surgidos de su propia imaginación o del folklore japonés. Si a todo esto sumamos una gran banda sonora, tenemos ante nosotros una obra esencial de la animación. No en vano, los Estudios Ghibli escogieron el perfil de Totoro como logotipo de la marca.