domingo, 31 de octubre de 2010

"La red social": más que una película sobre Facebook

La red social es de esas películas que ganan enteros una vez las digieres, las reposas e incluso dejas pasar los días. Es entonces cuando deja de pesar el hecho de que esté basada en la historia del creador de Facebook y emerge con toda su fuerza un eficaz ensayo sobre la soledad, la ambición y la eterna lucha de los seres humanos por ser aceptados.

La primera vez que oí que la nueva cinta de David Fincher iba a ser un biopic sobre Mark Zuckenberg, creador de la más exitosa red social, no pude evitar sentirme extrañada. Después de filmar películas de culto como Seven o El club de la lucha, era difícil imaginar que el director pudiera conseguir algo realmente atractivo partiendo de un producto tan contemporáneo y aparentemente banal como Facebook. Pero sí, lo consiguió. Y buena parte de culpa la tiene el guión de Aaron Sorkin, autor de la serie El ala oeste de la casa blanca.

La primera escena de la película es sencillamente fantástica. El acelerado diálogo que mantienen los personajes de Mark Zuckenberg y su novia es toda una declaración de intenciones. En apenas unos minutos, se nos retrata la personalidad del protagonista y, de paso, se nos advierte de que sí, esta película habla de Facebook, pero no sólo de eso. Esa sensación, aunque más sutil, la volveremos a experimentar al final del metraje, en una última escena que no explicaré pero que resulta extremadamente simbólica.

En la cinta se alternan dos tiempos: el presente, con Zuckenberg enfrentándose a sendos juicios relacionades con la autoría y la gestión económica de Facebook, y el pasado, que incluye toda la historia de la creación y expansión de la nueva red social. La narración fluye de manera natural entre esos dos momentos, dando muestras, nuevamente, de la solvencia del guión, que sólo parece acelerarse en exceso cuando se acerca al desenlace. Toda la cinta está envuelta en un halo de frialdad que, lejos de ser un problema, constituye un ingrediente más para su éxito. Parece que todo en la película esté cuidadosamente pensado para convertirla en una minuciosa crónica de nuestro tiempo.

Para informáticos y otros curiosos de la tecnología, La red social tiene el aliciente de explicar con más o menos detalle cómo se gestó Facebook. Para la gran mayoría de la audiencia, también retrata los peligros de aferrarse a un mundo virtual con la intención de tapar las carencias del mundo real y, sobre todo, el riesgo que supone dejar crecer la ambición. Así, por ejemplo, vemos como el personaje de Mark Zuckenberg, en principio totalmente ajeno al valor económico de Facebook, acaba priorizando el dinero por delante de la amistad. Aunque con matices, siempre con "humanos" matices.

Otro de los méritos de La red social es el casting. Todos los actores cumplen muy bien en sus respectivos roles, desde Jesse Eisenberg, muy convincente como Zuckenberg, a Justin Timberlake, que no desentona para nada como Sean Parker, el creador de Napster.



La banda sonora de Trent Reznor

Uno de los principales motivos que me llevaron hasta el cine para ver La red social fue la posibilidad de disfrutar la música de Trent Reznor (cantante y compositor de Nine Inch Nails). Junto a Atticus Ross, Reznor ha concebido una banda sonora impecable, perfecta para la película, hasta tal punto que, en más de una ocasión, el director no tiene reparos en subir su volumen y darle un protagonismo absoluto.

La partitura, que combina la electrónica y el piano sellos de la casa, es un valor más de la película. Mereció mucho la pena que en el cine tuvieran la delicadeza de no encender las luces mientras la música de Reznor aún fluía sobre los créditos finales.

sábado, 30 de octubre de 2010

"Los ojos de Julia": terror venido a menos

Los ojos de Julia, el segundo larmometraje del catalán Guillem Morales, se presenta como un thriller claustrofóbico y, en ese sentido, cumple muy bien su cometido. El espectador se aferra con tensión a su butaca mientras se suceden los sustos y se nos contagia la oscuridad que siente su protagonista, afectada por una enfermedad degenerativa que la deja ciega por momentos.

Reconozco en esta película grandes aciertos, como el plano secuencia que nos muestra de forma subjetiva la "invisibilidad" del asesino, la angustia que provocan los momentos donde la protagonista se adentra en la oscuridad, o la escena de acción sólo iluminada por el flash de una cámara... aparte de su capacidad para hacernos saltar sobresaltados en más de una ocasión o la solvente interpretación de Belén Rueda, toda una abonada al género.

Aún así, la cinta de Morales presenta algunos de los errores más comunes del cine de terror español: un desarrollo poco realista, una excesiva estereotipación de sus personajes (sobre todo los malos) y algún cambio de tono que acaba por descolocar al espectador, llevándolo más a la risa que al terror. Creo que el guión evoluciona bastante bien hasta que "descubrimos" la identidad del asesino (entrecomillo ese descubrimos porque, en realidad, la intención de confundir al espectador no acaba de funcionar). Hasta entonces, la existencia del personaje sin rostro nos mantiene con cierta expectación pero, una vez desenmascarado, sufrimos una gran decepción al encontrarnos ante un criminal maniqueo, como tantas otras veces hemos visto en el cine.

Por otro lado, lo que al principio es un thriller efectivo en cuanto a ambientación y capacidad de sobresalto, acaba derivando hacia un pequeño caos de terror, donde la sangre se impone a las jugarretas de la mente y lleva a muchos espectadores a desviar la mirada.

Pero, sin duda, lo que menos convence del film es la extraña sensación de que el guión es largo pero sus argumentos excesivamente simples. De que el autor tenía dos opciones, mantener el misterio o resolverlo, y que finalmente optó por un camino intermedio poco elaborado. En el momento que intenta justificar los hechos, todo se desmorona, porque la explicación vuelve a caer en el estereotipo y deja cierta sensación de inverosimilitud. En los primeros dos tercios de la película, Morales juega con maestría con el "personaje gris" para luego quitarle todo su "encanto". Una pena porque, como he dicho, Los ojos de Julia tiene también grandes aciertos, los dichos y además los técnicos (la película hereda parte del equipo de El orfanato, incluído el productor Guillermo del Toro).

En todo caso, merece la pena seguir la carrera de Guillem Morales. Recogió buenas críticas con su primer largo, El habitante incierto, y en Los ojos de Julia confirma muchas de sus virtudes. Tal vez no tarde mucho en hacer un producto redondo.

viernes, 22 de octubre de 2010

Pearl Jam: 20 años sobre el escenario

El día, el 22 de octubre de 1990. El lugar, el Off Ramp Cafe de Seattle. Allí arrancó la historia en directo de un grupo que sobrevivió a las modas para convertirse en todo un clásico. Visto en perspectiva impresiona. No en vano Pearl Jam fueron el símbolo de una época junto a bandas como Nirvana, Soundgarden, Alice in chains o Mudhoney. En un mundo donde todo se clasifica, alguien decidió inventarse la etiqueta del grunge y se la puso a toda una generación de músicos alternativos, muchos de ellos provenientes de Seattle. Y lo cierto es que la apuesta fue ganadora. El "nuevo género" subió como la espuma, aupado por las grandes discográficas y la MTV, y discos como el Nevermind de Nirvana o el Ten de Pearl Jam se convirtieron en sus buques insignias.

Cuando Pearl Jam se subieron por primera vez a un escenario, yo acababa de cumplir 12 años y, sinceramente, ni sabía quiénes eran ni me preocupaba demasiado la música rock. Por entonces, una escuchaba un poco de todo, básicamente a través de las radios comerciales, y el criterio para seguir a un grupo era tan simple como que le gustara al resto de compañeros de clase.

La cosa cambiaría pocos años después. Mi gusto por la música se fue intensificando y afinando, hasta descubrir que lo que realmente me llenaba era el rock. En el ir y venir de cintas grabadas, cayó en mis manos una grabación del Vitalogy de Pearl Jam. He de reconocer que en ese momento no le presté mucha atención. No por nada en particular, sino porque era un cassette más entre los muchos que intercambiaba por entonces. Hasta que un día, lo recuerdo muy bien, lo puse en el walkman durante un viaje en coche. Aquel momento marcaría mi criterio musical para el resto de mis días. Creo que fue la canción Not for you la que me atrapó definitivamente a través de los auriculares. Su línea de bajo me atrajo desde un principio, y el desgarro de Eddie Vedder al micrófono me acabó de conquistar.

Lo que vino después de esa primera experiencia con el Vitalogy fue realmente rápido. Apenas tardé unas semanas en hacerme con los tres primeros CDs del grupo, que compré en la mítica Discos Balada de la calle Pelayo con una enorme ilusión. Aún recuerdo cómo aluciné al abrir por primera vez el Versus y encontrarme su CD completamente naranja, o al examinar el curradísimo libreto del Vitalogy. En una época en la que internet aún era prácticamente desconocido para el grueso de los mortales, el ritual de ir a la tienda de discos, quitar el celofán al CD y escucharlo de principio a final siguiendo las letras de las canciones era realmente mágico.

Pocos meses después de caer en las redes de Pearl Jam, el grupo sacó su cuarto disco de estudio, No code, y entonces sí que estuve a tiempo de no perderme ni un detalle del acontecimiento. Si no recuerdo mal, el álbum se publicó en agosto de 1996, y el 21 de noviembre la banda dio su primer concierto en Barcelona, en el Palau d'Esports. Para mí fue todo un motivo de euforia, amplificado por el hecho de que, sólo dos meses antes, también había podido asistir a un concierto de Soundgarden.

Desde esa primera actuación, he visto otras cinco veces a Pearl Jam: dos más en Barcelona, dos en Madrid y una en Bilbao. Evidentemente, me hubiera gustado verles en muchas más ocasiones, y sobre todo disfrutar de la experiencia de vivir un concierto en su ciudad, Seattle, pero no me puedo quejar. Y es que, al rememorar algunas de las emociones experimentadas en esas seis actuaciones, me convenzo de que son insuperables. Si tuviera que destacar algunas de esas sensaciones, me quedaría tal vez con la ilusión del primer concierto, con lo mágico que resultó escuchar temas como Sometimes o Present Tense resonando en el Palau como si se tratara de una gran catedral. Y también me quedaría, sin duda, con las lágrimas que me provocó la inesperada Hunger Strike en 2006.

A lo largo de los últimos 15 años, Pearl Jam han sido una banda sonora constante en mi vida. Viví unos primeros tiempos de auténtica fan, en los que todo lo que hacían me apasionaba y me dedicaba a acumular todo tipo de material sobre ellos. Luego llegó mi implicación en el Club de Fans de Pearl Jam en España, que se tradujo en algunos artículos sobre la banda y muy buenos momentos. Y, con los años, el grupo simplemente pasó a formar parte de mí.
 
Mientras yo me hacía mayor, también lo hacía la banda, y la rabia de sus inicios daba paso a otras cosas. Sobre todo a una enorme experiencia que, no sólo les permite sonar como auténticos clásicos, sino que también les da una libertad absoluta. 20 años después de subirse por primera vez a un escenario, son capaces de seguir enloqueciendo con el rock enérgico y sin filtros de sus orígenes para luego abordar la expresión musical más sencilla e íntima. La variedad de su repertorio es sorprendente ya que, aparte de rotar contínuamente sus temas, no tienen reparos en desenterrar canciones olvidadas en cualquier momento.

Pero más allá de la música, Pearl Jam tienen el valor de haber tomado conciencia de su poder como artistas famosos y de haberlo utilizado de la mejor manera posible. Su compromiso social está fuera de toda duda, y por eso estoy más orgullosa si cabe de haberme mantenido fiel a su influjo.

Por cierto, la primera vez que Pearl Jam tocaron en directo lo hicieron con el siguiente repertorio:

Prueba de sonido
- Even Flow

Setlist
- Release
- Alone
- Alive
- Once
- Even Flow
- Black
- Breath

Bises
-Girl

jueves, 14 de octubre de 2010

El atentado musical de Ramoncín

Versiones se han hecho siempre y malas hay unas cuantas. Pero la intepretación de Ramoncín del clásico de Nirvana Come as you are lo supera casi todo.

Que de este personaje no cabía esperar demasiado, ya lo sabemos. No en vano se ha pasado muchos años paseándose de plató en plató con el único objetivo de polemizar sobre cualquier asunto (a cambio de dinero, claro está), siempre escudado en una máscara intelectualoide que al principio sorprendía pero que ahora más bien repele.  Luego vino su cruzada pro SGAE. La defendió durante años con antipática convicción hasta que un buen día decidió abandonarla ofendido por la poca integridad de sus compañeros y lamentándose de su lastimosa lucha a favor del canon digital.

Incluso ignorando toda esta"energía positiva" que desprende Ramoncín, su versión de Come as you are nos seguiría doliendo como un hierro ardiendo. Su ya célebre atentado musical lo perpetró hace unos meses, con motivo del aniversario del longevo programa de radio de Jordi Tardà. Ni corto ni perezoso, el cantante acometió uno de los temas míticos de los '90 para destrozarlo sin piedad. Desafinó contínuamente, se inventó una letra que apenas recordaba y, lo peor, enfocó la canción con chirriante alegría, como si no se tratara del himno de una banda grunge. Es difícil no sentir vergüenza al presenciar su bailoteo sobre el escenario.

Volviendo al inicio, versiones hay muchas y muy malas, pero alguien debería exigir un mínimo respeto a los que se atreven a interpretar la obra de otros artistas. Tiene gracia pedirle eso a quien fuera uno de los máximos valedores de la SGAE, ¿no?