domingo, 8 de noviembre de 2009

Tarantino y su pasión por el cine

Por fin he visto Malditos bastardos (Inglourious basterds). Después de dejar pasar un tiempo en el que he oído críticas de todos los colores, he conseguido abstraerme de cualquiera de esos juicios y me he limitado a disfrutar de la película. Tanto tiempo después de su estreno, es evidente que no voy a descubrir nada nuevo, pero tampoco podía pasar la oportunidad de posicionarme en uno de los dos bandos: el de aquellos que elogian la última de Tarantino o el de aquellos otros que aseguran que el director de Pulp Fiction ha acabado de perder el norte. Yo me ubico decididamente en el primer grupo, resistiéndome a considerarla una obra maestra (como parece que sí la concibe Tarantino) pero convencida de que se trata de una muy buena película.

Para hacer un análisis serio de Malditos bastardos, la verdad es que necesitaría mucho más tiempo y, sobre todo, visionarla alguna vez más, así que voy a evitar hacer una crítica en profundidad y me limitaré a nombrar algunos de los aspectos de la película que más me han gustado o que me han llamado la atención.

La primera cosa que destacaría sería el tempo, dilatado por unos diálogos extremadamente largos que, a diferencia de otras películas de Tarantino, parecen buscar un estado de tensión en lugar de un efecto cómico. Así se percibe en el excelente e incómodo comienzo de la película, así como en la escena que transcurre en la taberna. En esos y otros momentos de la cinta, me ha parecido olvidar que los largometrajes se miden en minutos y me he adentrado completamente en la asfixiante trama.



También llama la atención desde el principio del metraje el uso continuo de diferentes idiomas (inglés, alemán, francés e italiano), lo que hace imprescindible verla en versión original. Precisamente este aspecto, el de los idiomas, es uno de los puntos fuertes del gran descubrimiento de la película, el actor Christoph Waltz. El intérprete austríaco construye con maestría su personaje, Hans Landa, un malévolo y entregado "cazajudíos" que se convierte en el papel más lucido de Malditos bastardos. En un segundo plano quedan las interpretaciones más mediáticas, como Brad Pitt que, sin tener el protagonismo que promete el cartel de la película, se muestra efectivo e hilarante como cabecilla de la banda de "bastardos". También destaca entre los rostros conocidos Daniel Brühl, que encarna una extraña mezcla entre lo conmovedor y lo repulsivo. Y no sería justo olvidar en este apartado a Diane Kruger (esta chica ha crecido desde la sosísima Helena de Troya) y a Mélanie Laurent, desconocida y muy creíble en su papel de judía vengadora.



Más allá de grandes diálogos, personajes políglotas y buenas interpretaciones, Malditos bastardos es una película emborrachada de cine. Digo esto porque, como ya se ha indicado en muchas críticas, Tarantino ha convertido esta cinta en un gran homenaje al séptimo arte. El cine bélico y el western son clara inspiración de la película pero también hay referencias directas a películas de estos y otros géneros, incluídas las propias del director. La banda sonora también se concibe como un homenaje al cine ya que está compuesta por temas pertenecientes a otros metrajes, algunos de los cuales sorprenden bastante, por cierto, como el interpretado por David Bowie. Tarantino completa su culto ubicando una parte importante de la acción en un cine, lo que le permite jugar con el romanticismo que acompaña al proyector y la pantalla.

Respecto al tono general de la película, conserva el humor y las explosiones de violencia que caracterizan la obra de Tarantino pero en dosis algo más comedidas. Al ver Malditos bastardos he tenido la sensación de estar ante una obra más seria, más madura... donde lo más importante no es lo delirante del argumento sino la capacidad que tiene el director de mostrar la parte más humana de la Historia a través de unos hechos históricos falseados. Suena a trabalenguas pero no lo es.

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