Seguramente, el concierto de Muse del pasado 24 de noviembre ha sido uno de los que he afrontado com más escepticismo. Por un lado, su último disco, The Resistance, me había parecido demasiado irregular, con grandísimos temas y otros tantos demasiado mediocres para un grupo como éste. Por otro lado, estaba temerosa del efecto que podía haber tenido para la banda ejercer de teloneros de U2, sabiendo de antemano que Muse siempre han soñado con tocar en recintos grandes y desplegar un gran espectáculo. Tenía referencias no demasiado positivas de los setlists que estaban tocando en esta gira (cortos y sin canciones del primer disco) y del montaje que llevaban (con luces láser y otras demostraciones de poder). Unido esto a la extraña adhesión de nuevos fans bajo el efecto Crepúsculo y al cúmulo de despropósitos que supuso el cambio de recinto y de fecha, me hacía temer una decepción de las grandes.
Afortunadamente, los tres de Devon se cargaron de un plumazo (más bien de un guitarrazo) todos los prejuicios con los que yo cargaba.Y ahora me he prometido no volver a dudar de ellos. Lo del pasado martes fue muy grande, en muchos sentidos. Tal vez Matt Bellamy ya no esté tan cerca del público, como lo pudiera estar en sus primeras actuaciones ante poco más de 1.000 personas, pero sigue siendo uno de los músicos más completos, virtuosos y conmovedores que he conocido nunca. Me da igual que se calce unas gafas con lucecitas para aparecer en escena, que comience el recital con un rasgado de guitarra que sin duda ha ensayado frente al espejo, o que alce su brazo con energía para dirigir los gritos del público... porque este ejercicio de imagen también es una muestra de gran profesionalidad, de un control completo sobre todo lo que pasa sobre el escenario. Además, mientras siga dando muestras de excelencia con la voz, la guitarra y el piano, bien se merecerá todas las luces con las quiera adornar su espectáculo.
La primera sorpresa del concierto de Muse fue la inquietante escenografía, compuesta por tres grandes torres (tres rascacielos cubiertos por lonas). Al apagarse las luces, estos edificios empezaron a cobrar vida, con unas proyecciones que simulaban las siluetas de hombres que subían y bajaban por sus escaleras. La escena estaba magistralmente ambientada con un tema titulado We are the universe. La introducción, larga y tensa, hipnotizó al público hasta que las torres se apagaron completamente, se oyó cómo Dom entrechocaba sus baquetas, cayeron las lonas y empezó a sonar Uprising, el primer single de The Resistance. El Sant Jordi estalló de emoción en ese momento. Las torres habían quedado divididas en dos partes, una de las cuales ejercía de pedestal para cada uno de los componentes de Muse. Lo que antes eran bloques en los que se proyectaban siluetas se habían convertido ahora en unas magníficas pantallas que permitían ver de cerca las expresiones de Matt, Dom i Chris. Así pudimos ver que el cantante saltaba a escena con unas gafas de sol efectistas y que manipulaba en su mano una luz láser. Lo importante, no obstante, es que Uprising sonó imponente y que consiguió ganarse al público desde el primer segundo. La gente coreó con energía este primer tema, como si se tratara de un clásico. Eso generó el ambiente perfecto para atraverse con otra canción nueva, Resistance, que también sonó épica a pesar de no destacar especialmente en el contexto del disco.
Y hasta aquí los trámites desde las alturas. Las torres-pedestales bajaron hasta el suelo del escenario y Matt Bellamy emprendió las notas archiconocidas de New Born. En este punto, el público no contuvo para nada su energía y empezó a botar al tiempo que tarareaba el clásico riff. Yo me alegré de reencontrarme con el Origin of symmetry, el disco de Muse más reconocido y plagado de hits. Con este tema, no hicieron falta luces ni efectos para revolucionar el Sant Jordi.
A continuación llegó la locura de Map of the problematique, un tema del anterior álbum que, aún no siendo single, parece haber llegado para quedarse. Después de su outro, Bellamy se subió a una plataforma lateral para empezar una de las canciones de Muse más singulares y que más ganan en directo, Supermassive Black Hole. El público la cantó como pudo (es tarea difícil imitar esa voz a lo Prince) y guardó energías para lo que estaba por llegar. MK Ultra fue la siguiente en hundir el Sant Jordi. El tema, incluído en el último disco, ganó muchos enteros en directo, sobre todo por el buen hacer de los tres ingleses, que demostraron por qué se bastan y se sobran para generar auténticas tormentas sonoras.
Muse abrió de nuevo el baúl de los clásicos para tocar una de les imprescindibles, Hysteria. Nunca falla. Su "I want it now!" siempre consigue desgañitar al público. La canción sería una concesión a la locura para afrontar a continuación momentos de mayor recogimiento. El grupo volvió a alzarse en las tres torres para acometer uno de los temazos de The Resistance, United States of Eurasia. En canciones como ésta te das cuenta de que las luces, las pantallas... nada de eso puede eclipsar la solvencia musical del grupo. Matt canta como los ángeles esté o no envuelto de lásers. Y si se sienta al piano, lo único que una puedo hacer es callarse y alucinar. United... sonó increíble, igual que en el disco, con el plus de que su grandilocuencia a lo Queen es sobrecogedora en directo. Cuando Matt entonó ese "Eura-sia!" la admiración de los que escuchábamos fue máxima. En este caso no hubo lugar a la outro de Chopin. Eso sí, el cantante permaneció en el piano para regalarnos el tema que no pudimos oír en la anterior gira, la increíble versión de Feeling good que todos nos sabemos de principio a fin. Así se cerró el corto set de piano.
Guiding light, que tanto me recuerda a U2, fue una nueva aportación del último disco. Aunque sonó perfecta (no hay reto difícil para Muse en directo) sería de lo más discreto del concierto. Mayor atención me produjo la jam titulada Helsinki, que protagonizaron Dom y Chris sobre la plataforma central. Siempre me sorprende lo gran batería que es Dominic Howard a pesar de que su imagen (con esa cara de niño permanente) no se corresponde para nada con ese rol.
Después de este interludio, llegó la oveja negra de The resistance, Undisclosed desires. No creo que nunca me acostumbre a oír este tema. Como ya dije con anterioridad, es lo más mediocre que ha hecho Muse en toda su carrera y, por mucha luz de láser que le pongan, está claro que es un tema llamado al olvido.
Menos mal que a continuación venía la demostración de que Muse saben hacer canciones de amor con bastante más gracia. Starlight, del Black Holes and Revelations, es otro tema que se ha posicionado con fuerza en los setlists del grupo a pesar de ser bastante reciente. El público lo acoge con entusiasmo, tal vez por las posibilidades de participación que ofrece (sus rítmicas palmas se han convertido en todo un ritual). Por si fuera poco, su letra es preciosa y Matt lo borda.
Tras este momento de belleza sostenida, Muse se encargaron de perpetrar todo un atentado físico contra su público. Enlazar dos clásicos como Plug in baby y Time is running out debería estar penado. Tanto una como otra "obligan" al público a botar y botar, y doy fe que así fue en la pista, donde no quedó ni un alma que no elevara sus pies para provocar un auténtico terremoto en el Sant Jordi. El desgaste físico fue tremendo pero de qué otra manera se puede responder a estos temazos.
Así, con los pies doloridos, llegamos al descanso, unos minutos que se me hicieron eternos pero que me permitieron recomponer la situación y concluir que nada de lo que temía había podido estropear el concierto. Cuando el grupo volvió a salir a escena y se encaramó nuevamente en las torres, dio inicio a otro momento mágico. Matt dominó su guitarra para sacar de ella las sobrecogedoras notas de la primera parte de Exogenesis, la composición sinfónica que cierra The Resistance. El público enmudeció para vivir una de las experiencias musicales más elevadas que se pueden experimentar en un concierto de rock.
Con el corazón impactado aún por la valentía del grupo, Stokholm syndrome irrumpió en el Sant Jordi. Su guitarra hiper acelarada, el desafío auditivo que supone... volvió a tener efectos sobre la pista, que la bailó sin parar, acentuando una sensación de caos que hacía presagiar el final del concierto.
Efectivamente, lo siguiente en venir ya fue el tema de harmónica intepretado por Chris que hace de intro de la espectacular Knights of Cydonia. Me alegra mucho que hayan mantenido esta canción para cerrar sus conciertos porque es sencillamente perfecta. Es épica, invita al público a cantar y, nuevamente, es obligado botarla hasta la extenuación. Qué mejor manera de concluir un espectáculo así que haciendo saltar a la pista entera.
Lo dicho. A día de hoy, poco me importa que lleven lásers, que Matt toque algunas canciones desde un pedestal inalcanzable o que haya niñas que sólo les conozcan porque incluyeron una canción suya en la BSO de Crepúsculo... Mientras Muse sigan demostrando que son músicos excepcionales, mientras la voz de Matt Bellamy siga emocionándome y mientras pueda botar sus canciones aunque ya no me queden fuerzas... seguiré escuchándoles con atención.
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Estoy de acuerdo con todo lo que dices
ResponderEliminarGran concierto de una gran banda! :)
Yo no pude estar, pero después de esta crónica me he transportado en espacio y tiempo y parece que estuve allí...con vosotros, con ellos...Qué maravilla de relato!
ResponderEliminarA mí también me preocupaba el efecto "Crepúsculo" y el desconcierto que me generó el último disco. Pero, por lo que veo, hubo un público entregado y conocedor de toda su discografía. Espero estar en el próximo, me has convencido!
Por cierto, cuando me suena el móvil, suena "Plug in baby" ¿por qué será? Son grandes, muy grandes!
Vaya, me alegro que te ayudara a estar un poco allí :-) La verdad es que sí, que son muy grandes.
ResponderEliminarSobre el público, no sé cómo sería en otros puntos del pabellón pero en el sector de la pista donde yo estaba estuvo a la altura.